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Prólogo.
Mientras se desarrolla el teismo, a su lado pero en forma imperceptible, se desarrolla, también el ateismo. Teismo y ateismo son una unidad ideológica dentro del conjunto humano y dentro de cada unidad social en él. El teismo es el aspecto dominante y el ateismo es el aspecto dominado. El uno no puede subsistir sin el otro, es como lo negativo y lo positivo de un fenómeno cultural humano. Como herencia cultural, el teismo es algo consustancial al ser humano, como el ateismo también lo es; la diferencia se encuentra en la predominancia del primero sobre el segundo; mientras el teismo no necesita reflexión ya que se impone como institucionalidad ideológica, el ateismo exige la reflexión; quien se detiene a pensar si el teismo, si las creencias en fenómenos no perceptibles son posibles de existir, si podrá haber manifestaciones no materiales, éste ya reflexiona, piensa en términos de racionalidad. Este es el ateo y esta clase de individuos siempre los ha habido dentro de cada grado de desarrollo del ser humano y correspondiente al mismo. Entonces, el ateismo es ya una forma de contradicción a lo dominante, a lo dominante como pensar, a lo dominante como poder humano sobre la existencia humana, a lo dominante como fuerza ya sea natural o social; el ateo, el no creyente, es ya un "rebelde", pero no es cualquier clase de rebelde: se rebela contra todo lo que signifique poder y esto amenaza la estructura misma del grupo social. De ahí que en todas las épocas, sean ellos los que representan mayor peligro para la institucionalidad. Sin embargo, por su insignificancia, por su debilidad, como fuerza social, no son peligrosos; tampoco representan una fuerza importante porque no se han organizado. En efecto, por cuanto el no creer en seres no materiales no implica en forma directa atacar a las fuerzas sociales dominantes, éstas no tienen por qué temerle a los no creyentes, simplemente nos denuncian como algo que puede ser directamente castigado por esos seres en los cuales ellos creen. Los ateos irán a los lugares de castigo de los dioses. Allí se reunirán con quienes violan las normas de conducta social de mayor importancia, conducta que se enmarca en lo que se conoce como la moral o la ética social.
Sin embargo, Sócrates cuestionaba el régimen político y por ello es catalogado de ateo. En esa misma dirección se seguirá acusando de ateos a todos aquellos que cuestionen cualquier institucionalidad dominante, haciendo creer que todo rebelde es ateo. No todo rebelde es ateo, pero todo ateo sí es rebelde. Y es el mejor rebelde porque cuestiona directamente la esencia de la ideología espiritualista que viene dominando la historia humana. Si el dominio de las castas se afirma sobre una legitimidad teocrática, el desconocimiento o cuestionamiento de la existencia de dioses es una posición que amenaza grevemente su dominio. Si no hay dioses no puede haber legitimidad política, el dominio económico tampoco tiene derecho a su existencia. La naturaleza es de todos y todos somos parte de la naturaleza; nadie tiene derecho a apropiársela para imponer su poder a los demás. Todo se va al piso dentro de este razonamiento. Los padres perderían el derecho que alegan sobre sus hijos y éstos se verían libres de la obediencia exigida, así como les es exigida, basada en las normas dominantes en las que los dioses son la suprema autoridad, y la autoridad del Estado, las iglesias y los padres de familia son delegaciones de la primera. El desbarajuste social sería total; el miedo a los ateos se generaliza porque los poderes dominantes se ven en peligro; como la ideología dominante es la de esas castas, el grueso de la población se ve ante la posibilidad de perder su protección y también se vuelca contra los ateos. La mayor parte del conjunto social sobrevive bajo la reverencia al poder, bajo la tutela de los poderosos, bajo el dominio de los Estados a los cuales pide y de los cuales recibe parte de su subsistencia ya sea material, social, política, cultural etc.
Esta declaración de un amigo que venero- quien, por otra parte, también prestó cierta vez expresión poética al encanto de la ilusión- me colocó en no pequeño aprieto, pues yo mismo no logro descubrir en mí ese sentimiento "oceánico". En manera alguna es tarea grata someter los sentimientos al análisis científico: es cierto que se puede intentar la descripción de sus manifestaciones fisiológicas; pero cuando esto no es posible- y me temo que también el sentimiento oceánico se sustraerá a semejante caracterización-, no queda sino atenerse al contenido ideacional que más fácilmente se asocie con dicho sentimiento. Mi amigo, si lo he comprendido correctamente, se refiere a lo mismo que cierto poeta original y harto convencional hace decir a su protagonista, a manera de consuelo ante el suicidio: <de este mundo no podemos caernos>. Trataríase, pues, de un sentimiento de indisoluble comunión, de inseparable pertenencia a la totalidad del mundo exterior. Debo confesar que para mí esto tiene más bien el carácter de una penetración intelectual, acompañada, naturalmente, de sobretonos afectivos, que por lo demás tampoco faltan en otros actos cognoscitivos de análoga envergadura. En mi propia persona no llegaría a convencerme de la índole primaria de semejante sentimiento; pero no por ello tengo derecho a negar su ocurrencia real en los demás. La cuestión se reduce, pues, a establecer si es interpretado correctamente y si debe ser aceptado como fons et ergo de toda urgencia religiosa" ( Sigmund Freud- Obras completas- tomo III- pag. 1). Es satisfactorio rememorar a Freud porque, parece que hoy el elemento de mayor peso en la religiosidad de las gentes es de origen psíquico y quién mejor que el ilustre vienés para recordarles ese origen a quienes siguen siendo religiosos. Y es porque el peso abrumador, ese sí "oceánico" del arsenal mercantil de la sociedad en que vivimos, atrapa al individuo y lo aisla de sus congéneres en laberintos tan desolados y desoladores que le obliga a buscar una protección o un consuelo para su miserable condición psíquica. Acaso ¿no vemos en fenómenos tan comunes como el "stress", en la angustia existencial, esa situación de soledad y de "encarcelamiento" que produce la sociedad en que vivimos en la cual cada quien se encuentra, sin quererlo, completamente en medio de inmensas multitudes?.
Ser ateo, pues, significa en el cuadro de la existencialidad moderna, superar los dos elementos tradicionales sobre los cuales se ha venido sosteniendo el ateismo: la ignorancia y la soledad. La ignorancia ha sido, en buena parte, superada en referencia a la que ha padecido la humanidad en sus cuarenta o cincuenta siglos últimos; sin embargo, la ignorancia sobre la esencia de los fenómenos del Ser sigue siendo predominante en el planeta. En cuanto a la soledad, ella es el mayor problema que enfrenta el humano moderno, especialmente en las grandes urbes del planeta; por ello, nuestra propuesta se plasma en la tesis colectivista. Agrupados, quienes hemos superado el estadio de la ignorancia, podemos hacer frente a las condiciones económico-sociales sobre las cuales también se sustentan algunos elementos, tal vez, los principales del teismo. Pero, al mismo tiempo, el estar unidos y organizados nos permite expresar abiertamente nuestra posición filosófica e ideológica ya que no tendremos necesidad de ocultarla pues no hay quien tome represalias dejándonos sin empleo o aislándonos socialmente. La ignorancia que genera el teismo es algo relativo, esa ignorancia no es en determinadas áreas de la actividad humana, sino ignorancia filosófica materialista dialéctica. Gran parte de la humanidad posee conocimientos en diversidad de áreas de la actividad social; sin embargo, ese conocimiento no puede generar una concepción sobre el fenómeno de las creencias del individuo. El ateismo exige, para que sea real, que se sustente sobre conceptos filosóficos concretos. El ateismo que no posea un fundamento filosófico materialista dialéctico, es un ateismo muy frágil; lo es por cuanto la conducta humana se manifiesta como efecto de causas que, en la mayoría de los casos, ignora el individuo, el sujeto de ella. Es esencial, para saber a qué obedece mi hacer, el que conozca en profundidad los motivos de ese hacer y el mecanismo orgánico propio que lo ejecuta. De lo contrario estaré obedeciendo a las leyes naturales de lo orgánico, y no en forma consciente, cuando conociendo esas leyes actúo en función de un objetivo. De ahí que el conocimiento de nuestro psiquismo sea un instrumento esencial en la comprensión de mi ateismo. De nada me serviría decir que soy ateo si desconozco la causa por la cual lo afirmo. De esa misma manera, en cualquier momento, ante circunstancias hoy desconocidas, puedo llegar a ser teista y profundamente religioso. Ese fenómeno ya lo conocemos en infinidad de casos. La inmesa mayoría de jóvenes rebeldes, muy cultos ellos, muy ilustrados y de sectores sociales elevados, son ateos en esa edad y profundamente religiosos a partir de los cincuenta y más años de vida. Y es en la medida en que se va avecinando la muerte cuando el que se decía ateo deja de serlo para entrar en las incognoscibles, para él, inmensidades de la existencia en donde el temor se convierte en la causa de su religiosidad ilimitada.
La seguridad en el vivir, la seguridad en el pensar, en el conocimiento, en nuestra relaciones sociales, todo ello forma una estructura sobre la cual no necesitamos dioses ni seres protectores, ni mesías ni redentores. Y es en esta perspectiva en la cual no se puede afirmar que se es ateo si, ya no seres por fuera de nuestra naturaleza sino seres que se encuentra en ella misma pasan a ser objeto de nuestra preocupación; el cambio de los dioses "espirituales" por los dioses "materiales" es otra forma de teismo. El culto al dinero, la deificación del objeto material, cualquiera que sea, es teismo; la reverencia al poderoso, al que tiene dinero o tiene poder económico, social, político o militar, es otra forma de culto que tiene esencia religiosa. La alienación es otra forma de manifestar la esencia religiosa de los humanos, particularmente los individuos de la modernidad y de la posmodernidad, como se le viene llamándo ahora a los últimos tiempos. No es que estemos propugnando por el igualitarismo en lo social, sino que dentro del campo comunitario hemos de manifestarnos respetuosos sí del otro, pero no reverentes al estilo religioso por más autoridad que haya que respetar en quienes tienen las condiciones para atraer nuestras simpatías y respetos; el ateismo debe ser un modo de vida y para poder serlo es necesario no ser esclavo del objeto ni del sujeto. Comprender la esencia de los fenómenos y comprender que todo obedece a leyes, es el primer paso; utilizar ese conocimiento en la perspectiva de elevar el nivel material y cultural de la vida, es el siguiente; entonces, tendremos ya las condiciones para ser verdaderamente libres y quien es libre no puede ser teista. Esta es la realidad de hoy y ella es el resultado de siglos y siglos del existir tanto material como cultural. Del ateismo de los primeros pensadores al nuestro hay la misma distancia que existe entre la ignorancia y el saber, entre las condiciones naturales de existencia y las condiciones modernas en las cuales un acumulado productivo, tanto material como cultural, ha cambiado el pensar. Aquellos pensadores lo fueron en forma natural, nosotros lo somos en condiciones diferentes porque la práctica, la tecnología, la ciencia y el conocimiento nos han dado diversos argumentos en el planteamiento de nuestro pensamiento. En conclusión, es esencial, para nosotros los que venimos impulsando el debate filosófico, ideológico y político desde los espacios de la Escuela Ideológica, delimitar en forma muy concreta los parámetros dentro de los cuales somos ateos a fin de determinar esa posición ante quienes se vienen proclamando como ateos y ante quienes nos estigmatizan como actores de lo malo, de lo criminal, de lo depravado o de lo simplemente político. Ante los primeros, para aclarar que las bases de nuestro ateismo son de carácter filosófico materialista dialéctico, que por lo mismo es imposible ser ateo sin conocer esa corriente filosófica; ante los segundos y ante la mayor parte de la sociedad, que no somos los actores del mal sino que, por el contrario, somos los más respetuosos del ser humano, los que propugnamos por el mejoramiento material y cultural del conjunto social, los que sostenemos que solo mediante el conocimiento podremos liberarnos de las leyes de la necesidad y, en esa forma llegar a ser realmente libres; la libertad teórica y formal que se viene proclamando desde hace siglos se tornará real en estas condiciones. No estamos abanderando propuestas políticas porque no representamos, como ateos, a sector económico-social alguno; otra cosa es que cada uno de nosotros o algunos en forma organizada puedan encontrarse organizados políticamente; pero esto ya es otra forma de participar en la vida social en la comunidad a la cual pernezcamos. Debemos tener muy claro que, aunque todo se encuentre relacionado, lo filosófico, lo ideológico, lo político, lo cultural, etc., cada manifestación del individuo posee su propia particularidad, sus características especiales y por ello debemos tenerlo en cuenta para definir nuestras posiciones en cada ocasión de nuestras vidas. Hoy estamos en el debate del ateismo y las demás manifestaciones que podamos expresar serán dejadas como materia de otro análisis; sin embargo, no podemos desprendernos de todo nuestro acervo político y cultural y nuestro análisis del ateismo tendrá siempre algunos elementos de esas manifestaciones de nuestro intelecto. Es una unidad dialéctica y por ello, en esta expresión de nuestro pensar están presentes todos los elementos de nuestra formación.
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Extraído de http://usuarios.iponet.es/casinada/30ateism.htm |
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