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¡Cada maestro o profesor que usted
conozca debía tener una copia de este importante documento!
Sirvan estas notas como meros ejemplos de aplicación de los conceptos
humanistas (ver la presentación HUMANISMO: Por qué, qué
y para qué, en 868 palabras ) a la actividad más importante
en la sociedad humana: la educación de sus miembros. Quisiera que
los señores educadores, además de tolerar mi atrevimiento
por incursionar en su campo, mejoraran e incrementaran la colección
de sugerencias efectivas que trata de ser lo que sigue. A los padres,
como educadores principales que son, decirles que este escrito es necesariamente
también para ellos.
La manera de ver la vida, entenderla y actuar en ella reflejada en este
trabajo es objetiva y perfectamente acorde con la naturaleza humana. Da
provechos palpables y una vida más plena, sana y feliz al individuo.
Por lo que su enseñanza se logra mediante estímulos positivos,
sin uso alguno de castigos, amenazas ni humillaciones.
La formación de un ser humano será deficiente
si no incluye la adquisición funcional más completa posible
de, al menos, las primeras consideraciones del humanismo:
1. Cada ser humano es una criatura fabulosa.
2. El ser humano es tanto naturaleza como formación.
3. La humanidad es como un superorganismo del que somos parte.
4. La relación y cooperación humanas plenas son requeridas
para el mejor funcionamiento y mayor bienestar del ser humano.
Los educadores deben aprovechar cada oportunidad para
usar, mostrar y hacer asimilar estas consideraciones.
Deben destacar el gran valor de hasta las habilidades y virtudes humanas
más simples; así como dirigir la atención hacia la
belleza y las capacidades afectivas del ser humano. Enseñar a apreciar
las cualidades propias, a apreciar las del prójimo como nuestras.
Recordar que todas las habilidades humanas requieren esfuerzos para su
adquisición y desarrollo. Demostrar que incluso se puede hacer
que esos esfuerzos no sean penosos mediante entrenamiento y adquisición
de hábitos. Recordar que cada uno tiene entre sus obligaciones
(y en su conveniencia y gusto) propiciar la formación y el desarrollo
del prójimo, comenzando por la descendencia propia.
Señalar cómo en cada instante de nuestras
vidas dependemos del trabajo realizado por millones de personas, de la
era actual y de pasadas. Cómo cada artículo, facilidad o
conocimiento que utilizamos existe sólo gracias al trabajo humano
pasado y presente, de nuestros proveedores directos y de los tantos otros
que posibilitan la actividad de éstos.
Mostrar que todo lo que cada persona tiene y sabe es fruto del trabajo,
propio y, en gran medida, ajeno. Que nada viene en la vida por casualidad
ni magia. Que todo hay que generarlo con trabajo humano. Que estamos obligados
a (y nos conviene y satisface) devolver en trabajo propio el equivalente
del cúmulo de trabajo ajeno que generó cada posesión
que usamos o disfrutamos. Que la riqueza obtenida mediante artimañas
o abusos es ilegítima y degradante.
El trabajo responsable, graduado al nivel del educando, es un gran ejercicio
formativo a toda edad. Ayuda a adquirir las capacidades de concentración,
constancia y responsabilidad. Y a entender las nociones de los párrafos
anteriores. La ejercitación correcta en el trabajo responsable
prepara al individuo para ser un buen trabajador sin sufrir el trabajo.
La mayoría de los casos de vagancia --usualmente tratados a base
de recriminaciones moralistas-- son simples casos de subdesarrollo de
la capacidad productiva por una educación deficiente, que resulta
en individuos para los que la concentración, constancia y el esfuerzo
físico requieren penas muy superiores a las de la persona promedio.
Hay que enseñar a apreciar y enorgullecerse de las capacidades
humanas de hasta el individuo más remoto. Enseñar a disfrutar
los éxitos y sufrir las desventuras de hasta ese más remoto
individuo. Porque cada individuo es uno de nosotros. Desterrar todo asomo
de los bajos sentimientos de la envidia o del burdo envanecimiento por
referencia a la desgracia ajena. Enseñar a, sin perder el sentimiento
de nación, romper todo antagonismo por diferencias étnicas
o culturales.
Hay que mostrar la superioridad de la plena colaboración humana.
De dejar atrás la primitiva regla de dar lo menos posible a cambio
de lo más que se pueda sacar. De desarrollar la máxima capacidad
propia y usarla para generar lo mejor y lo más que se pueda, como
fuente de satisfacción y como única vía para, tarde
o temprano, recibir nosotros y nuestros seres más próximos
los frutos de las máximas capacidades de la mayoría de los
demás.
Además de los objetivos básicos esbozados anteriormente,
hay gran número de rasgos de la personalidad e interpretaciones
de las experiencias de la vida que debemos inducir para tener seres humanos
más plenos. A continuación son tratados algunos de esos
rasgos e interpretaciones que son muy importantes.
Junto con el aprecio por las contribuciones del resto de la humanidad
a la vida de cada individuo, hay que promover en el educando el aprecio
por el resto de la naturaleza. La naturaleza es un insondable cofre de
maravillas, de las que el ser humano es sólo la más elaborada.
No debía ser difícil motivar a la admiración y preocupación
por las estructuras y criaturas que nos rodean haciendo la vida posible
y placentera. Desde la germinación de una semilla o la gestación
de un bebé, hasta el estudio del espacio cósmico, presentan
interminables facetas de conocimiento, fascinantes y estimulantes para
el educando. Sobre todo si son presentadas de forma clara, completa y
con tanta participación real como sea posible.
No debe ser difícil enseñar a apreciar y disfrutar con dimensiones
más completas una fruta, hermosa y olorosa, que se va a degustar,
o la brisa estimulante que nos viene de un bosque de pinos.
Debe desarrollarse la capacidad para el conocimiento racional. Esclarecer
que imaginar el origen de un fenómeno puede ser un buen punto de
partida para investigar y comprobar, pero que nunca basta para establecerlo
como el real origen. Contentar con el conocimiento progresivo de las cosas;
porque debe uno enfocar la atención en aprovechar lo que ya se
conoce y no inquietarse por lo que todavía no se conoce. Advertir
que no es necesariamente cierto lo que mucha o toda la gente crea, como
nuestros instintos de grupo pueden indicarnos; porque fácilmente
mucha o toda la gente puede estar equivocada.
Tratar de habituar en lo posible a manejar números grandes, como
en distancias y tiempos largos. Mostrar que hay distancias inalcanzables,
pero que eso no es ninguna tragedia, por lo tanto que hay por hacer en
las alcanzables. Mostrar que una montaña puede moverse y a un animal
salirle alas o crecerle el cerebro, cuando pasa suficiente tiempo. Esclarecer
los conceptos de posibilidad y probabilidad, con sus consecuencias para
tomar decisiones.
Dar a conocer el propio cuerpo como una máquina hipercompleja,
formada por membranas, fluidos, conductos y corrientes eléctricas.
Hacer concebir que a partir de componentes simples, en números
y disposiciones gigantescos, se consigue seres del nivel humano. Usar
modelos más realistas en las clases de anatomía. Hacer conocer
y ganar confianza en las capacidades del cuerpo para resistir maltratos
y para sanar.
Que vayan asimilando y dominando, según sus edades, los fenómenos
y emociones extremas de la vida, por ser todos perfectamente normales
y necesarios. Como el erotismo y la muerte. Que maduren para tratar con
los poderosos reflejos eróticos, mediante su comprensión
y encausamiento como parte de una forma muy especial de relación
humana, que es totalmente sana y natural. Que se aproximen a ver la muerte
con naturalidad, aun con su trascendencia, según vayan viendo con
naturalidad la vida.
Enseñarlos a usar su capacidad intelectual humana para sobreponerse
a instintos primitivos y reflejos inconscientemente adquiridos, cuando
es necesario. Reprimiendo y desarticulando unos y encausando otros que
pueden ser fuentes de una vida más placentera y sana. Mostrarles
cómo es posible, por ejemplo, controlar la susceptividad a afectarse
por fracasos y errores. Cómo el entrenamiento para ello comienza
por dejar de afectarse emotivamente por fallos simples, como el deslizamiento
de un objeto de las manos. Así como evitar el reflejo simétrico
de exaltarse por cualquier cosa que sale bien. Que consideren siempre
que lo normal en la vida es ser feliz y que las cosas salgan bien.
Enseñarlos a disfrutar y aprovechar de forma polifacética
espectáculos como el patinaje artístico sobre hielo. En
éste se puede apreciar ejemplos excepcionales de capacidad física,
belleza y expresión artística, que podemos disfrutar con
orgullo como muestras de lo que somos y de lo que somos capaces de hacer.
Pero hay más. Se puede apreciar e imitar la personalidad de esos
artistas-atletas, capaces de concentrarse en ejercicios con tan alta probabilidad
de fallos frente a miles de personas. Apreciar e imitar su capacidad para
recuperarse inmediatamente luego de sus caídas. Ejercicio que el
espectador puede comenzar no sobresaltándose, y uniéndose
al patinador en su aplomo, ante los fallos que comparte con él.
Hay que enseñar a apreciar las enormes ventajas y satisfacciones
que provienen de la sociedad, la convivencia social y las relaciones humanas.
Que vean la sociedad como el complemento imprescindible que es de la naturaleza
humana, sin el cual muy pocos podrían sobrevivir, pero cuyas conveniencias
y posibilidades van mucho más allá de la supervivencia.
Mostrarles que la sociedad puede y tiene que ser un acuerdo de todos para
el bien y progreso de todos. Que los problemas y aberraciones sociales
ocurren sobre todo porque algunos no tuvieron la formación integral
que ellos están teniendo, y que todos estos problemas y aberraciones
pueden ser resueltos de forma civilizada. Que es ilegítimo y degradante
ingeniarse para participar con provecho de esos problemas, o intentar
establecerse en islas protegidas de los mismos. De nuevo: que la sociedad
puede y tiene que ser un acuerdo de todos para el bien y progreso de todos.
Enseñarles que la sociedad, en la medida de sus posibilidades,
debe (y le conviene) ayudar al individuo, pero no tiene que hacerlo. El
punto de partida para el individuo entender su relación con la
sociedad debe ser imaginarse él solo frente a la naturaleza, como
en una isla desierta, sin zapateros que le hagan zapatos ni dentistas
que le atiendan una muela... Luego comparar con tal situación la
gran ventaja de que la institución social ha sido desarrollada,
para conveniencia mutua. Lo que implica que la única obligación
es darle al individuo tanto como él aporte (que muchas veces se
le dé a algunos menos o más que lo que aportan, son otros
problemas). El individuo sigue siendo responsable por su sostén
y el de su descendencia, sólo que con la gran ventaja de hacerlo
en medio de la organización social. Todo lo mucho que el individuo
obtiene (o debía obtener) además, de la sociedad, debe ser
agradecido, y debe estimular a apreciarla y cuidarla.
Los educandos deben aprender a asociarse, a tomar decisiones y actuar
en común. Sin caudillos, sino con coordinadores electos por ellos,
que sólo ejercen uno de los oficios requeridos en su sociedad.
Deben aprender a cultivar sus propias ideas, a sostenerlas siempre que
verdaderamente crean son mejores que las de los demás y a desecharlas
sin vacilar cada vez que se reconozcan equivocados. Aprender a tener confianza
en su personalidad y en su valor aun en casos extremos en que no sean
comprendidos o, incluso, cuando se han equivocado. Aprender a respetar
sinceramente la ideas ajenas aunque no las compartan.
Cuando se enseña los conceptos humanistas, es fácil guiar
hacia relaciones humanas de calidad y profundidad supremas. A aprender
a disfrutar y aprovechar lo tanto que tenemos todos para cada uno. A,
al menos ocasionalmente, conversar de forma pausada y relajada, con voz
firme y clara, mirándose a los ojos, para lograr la más
íntima interacción afectiva e intelectual.
También a estar en guardia y dar tratamiento adecuado al sinnumero
de individuos, carentes todavía de una buena formación,
que pueden ser muy dañinos de múltiples formas.
Una relación degradante común, contra la cual hay que preparar
al educando, es la de manipulación de unos individuos por otros.
Si no se cuenta con una concepción clara y sólida sobre
la vida y las relaciones humanas, se puede ser víctima de personas
que han desarrollado capacidades para influenciar a otros. Éstos
hacen uso de debilidades emotivas y necesidades de difícil solución
del individuo, para arrastrarlo a dejarse controlar o a tomar decisiones,
con una u otra finalidad de los primeros. Son fenómenos ancestrales
en la convivencia humana, que difícilmente pueden ser justificados
como tolerables o generadores de algún beneficio (como el de "guiar
a las personas por buen camino").
Para el educando la figura del educador es frecuentemente vista como autoritaria
y restrictiva. Con razón, porque tales actitudes del educador son
inevitables cuando se trata de educandos jóvenes. La realidad innegable
es que los jóvenes no tienen manera de saber espontáneamente
todo lo que les conviene (lo que nos conviene, como humanidad). No tenemos
otra alternativa que enseñárselo nosotros, haciendo que
lo aprendan. Lo que no significa de manera alguna degradarlos ni humillarlos.
Y lo que incluye, como parte de una buena educación, su gradual
libertad en la toma de sus decisiones según se convierten en adultos,
para pasar a ser nuestros iguales. La autoridad sobre los jóvenes,
aunque nos sobrecargue en esta época tan llena de tensiones, es
una ineludible obligación nuestra.
Un componente que no puede faltar en la educación --como en casi
nada en la vida-- es el amor. Los jóvenes tienen que sentir que
cada uno de ellos, aunque no fuera nuestro hijo, es también nuestro.
Saber que ellos y nosotros estamos, con diferentes papeles, participando
en una tarea crucial para toda la humanidad, que es su educación.
Cuando estos conceptos están bien establecidos, no hay severidad
hacia ellos que no trasluzca, también, nuestro amor.
La impartición de las trascendentes lecciones anteriores tiene
una seria dificultad. Éstas pretenden dar una formación
que, en su tiempo, en muchos casos, no hubimos de adquirir nosotros mismos.
Eso es parte de las complejidades de la misión fundamental que
nos toca como educadores, si es que realmente lo somos: el progreso humano.
Tenemos literalmente que hacer a nuestros educandos mejores que nosotros
mismos. Para ello no hay otro camino que el de meditar, intercambiar y
ejercitar en nuestras vidas conceptos avanzados, como los vistos y otros.
O sea, comenzar por mejorarnos nosotros mismos.
El primer requisito para la efectividad del educador, en su humanista
misión, es creer, de verdad, en sus educandos. Es creer, de verdad,
en el ser humano.
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