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Dios está entre los pucheros y
los mercaderes en su templo.
Alfonso Colodrón (Terapeuta Gestáltico y Transpersonal) Extraído de: http://www.verdemente.com/pucheros.htm
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Sin embargo, cuando se olvidan por un tiempo las etiquetas, surge con más fuerza la realidad que ocultan y deforman. Cada vez es mayor el número de personas que, tras haber abandonado dogmas y creencias, mandamientos y costumbres rituales, vuelven a buscar lo que siempre ha buscado el ser humano: la felicidad, el sentido de la vida, la inmortalidad.... Para satisfacer esta aspiración profundamente enraizada en el alma humana, desde hace varias décadas se ha ido creando un supermercado espiritual en el que es posible "iluminarse" a la carta. En él es posible encontrar toda clase de fórmulas mágicas "instant": técnicas para ser definitivamente feliz, ritos para alcanzar la longevidad, manuales para practicar en casa, gurús que ya no son representantes de Dios en la Tierra, sino su misma encarnación en forma de Avatar... Corremos así el peligro de que esta saturación de ofertas no sólo desoriente al verdadero buscador, sino que además produzcan de nuevo una actitud generalizada de desconfianza o un nuevo agnosticismo new age. No obstante, existe afortunadamente un buen antídoto: la propia experiencia interior. Cuando se ha respirado alguna vez la fragancia del Absoluto, cuando se ha saboreado, aunque sea por poco tiempo, el gusto del Silencio, cuando se ha conectado en definitiva con el propio Ser interno, es imposible de olvidarlo para siempre. Las crisis del ego no son eternas, aunque puedan durar casi una vida. Quizá muchas personas hayan descubierto su verdadero Yo en un grupo de encuentro, hayan encontrado el final del camino en un momento de meditación o hayan hallado la vía para restablecer la conexión profunda consigo y con los demás a través de una terapia trans-personal. No obstante, una inmensa mayoría ha tenido experiencias místicas, sin darle este nombre: cuando vieron en su infancia por primera vez el mar o cuando se retiraban a su rincón secreto en el que se sentían seguros y podían soñar; al quedar sin respiración ante el amanecer en una montaña; cuando se han fundido en un abrazo con su pareja o han alcanzado ese orgasmo que tuvo una cualidad irrepetible; cuando perdieron sus límites, extasiados en medio de un concierto... Poco importa el cómo y el dónde. Lo importante es reconocer la experiencia y saber que se puede reencontrar ese mismo estado de conciencia en cualquier lugar, en cualquier momento y llevando a cabo cualquier tipo de actividad. ¿Quién no ha visto alguna vez en la sonrisa pura y desinteresada de un niño el rostro de la Inocencia original? ¿Quién no ha vivido en ocasiones esos días en que todo sale bien, los demás nos sonríen, aparece la persona adecuada en el momento preciso, acabamos nuestra labor sin ningún esfuerzo y disfrutando? Como decía Teresa de Ávila, Dios se encuentra entre los pucheros, porque Dios tal vez no sea un Señor de barba blanca que nos vigila, nos premia o nos castiga tal como nos contaron, sino todos esos momentos de Presente absoluto convertidos en Eternidad, esa fusión de Amor en que nos desencapsulamos de nuestra propia piel y, en vez de bloqueos y sufrimiento, sólo existe un gran éxtasis compartido y sin límites. Todo esto es la inmanencia trascendente; la auténtica espiritualidad vivida día a día que no tiene como finalidad alcanzar la otra vida, porque la Vida es una y está aquí y ahora. El pasado está muerto y el futuro es un abanico de futuros posibles que no podemos controlar, sólo intuir y, con un poco de práctica, ver con el ojo interior. Lo que importa pues no son los "trucos" que cada uno haya encontrado o siga probando. Los hay buenos y menos buenos, como los mismos maestros o guías que los enseñan para una parte del camino: lo importante es la constancia de la práctica: la práctica de la atención consciente a lo que sucede dentro y fuera en este mismo instante, pues es verdad que, como anunció Niesztche por boca de Zaratrustra, "Dios ha muerto", pero, paradójicamente, está en todas partes. Quien puede descansar en esta paradoja, puede repetir en cualquier momento una de las técnicas del maestro budista Tich Nhat Hahn, que fue propuesto hace años para el premio Nobel de la Paz por su contribución al fin de la guerra de Vietnam: "Cuando inspiro, sé que he encontrado el camino; cuando expiro, sé que he llegado a Casa".
Extraído de: http://www.verdemente.com/pucheros.htm |
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