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Ser ateo es ser como aquel hortelano
que mima, que siembra su promia semilla,
selecta con tiempo, nacida en sus manos,
de surcos regados con agua más limpia.
Supo el ateo, hace ya tiempo, que pozos
profundos, juraban calmar al sediento,
más vio en su día que todos los gozos
caían al fondo, sin retornar luego.
Sabiendo la falsa de aquel pozo viejo,
y a falta de agua que riege semillas,
se hizo al camino con paso certero.
Anduvo seguro por vastos desiertos
que vanos, negaban esencias de vida,
y encontró un oasis, su camino recto.
Por
A. Ángel Judas S.
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